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viernes, 5 de febrero de 2010

LA MANCHA DE DENDÊ... NO SALE!


LA MANCHA DE DENDÊ... NO SALE.-

FUERZA DE UN JEITO
Los símbolos de la baianidad contagian a los visitantes que hacen de todo para sentirse parte de un universo exótico y diverso





La primera capital de Brasil es siempre una invitación para bucear en las raíces de la historia bahiana, y para envolverse en las contradicciones de la ciudad más exuberante del país.
Descifra el acarajé antes que él te devore. Es un buen consejo para quien quiera zambullirse en las contradicciones del tchan, del axé, del “jeito”, del aroma que tiene Salvador. Y, antes de dar el brazo a la “baiana” del Pelourinho y sentir los acaloramientos descendiendo y subiendo laderas, recuerde que históricamente es en este pedazo de suelo donde todo comenzó, y que antropológicamente se mezcla y culturalmente se engrandece. El sonido de los berimbaus, los niños que venden cintas del Bonfim y los predios coloniales forman la deslumbrante espuma en una playa que ya era de los indios cuando los portugueses atracaron. Antes de ser la primera capital de la colonia, ella ya había nacido con status de principal ciudad del Atlántico Sur en los mapas de navegación. Sólo mucho después fue que los negros llegaron y marcaron definitivamente el alma del lugar. Por eso, hoy, con 450 años de fundación, Salvador es una especie de invitación para que los brasileños se sacudan también de la cintura para arriba y traten de entender lo que se esconde en “nuestro mito de origen”, como definió Caetano Veloso.






ORIXÁS A LA VISTA
El Dique do Tororó: status de nueva postal




Algunas coincidencias aproximan a la capital, nacional de ayer, a la de hoy. Salvador y Brasilia fueron construídas en la mitad del siglo, una en el XVI la otra en el XX. Ambas surgieron de una decisión política de ocupación de territorio. Y cada una a su tiempo, trajo innovaciones en su arquitectura. Las semejanzas paran por ahí. “Tomé de Souza fue más moderno que Lúcio Costa. Salvador obedeció a una tecnología de punta para la época. Ella incorporó a su modelo medieval el puerto. Y era por el mar que la ciudad se articulaba con el mundo” compara el historiador bahiano Cid Teixeira. Salvador, concluye, fue el primer instante cosmopolita. “No se trataba de un poblado que fue creciendo. La ciudad surge estructurada desde el principio. Salvador no nace de un pasado, sino de un proyecto de futuro que era construir el Brasil. Por eso, desde el inicio, la influencia internacional en la realidad local está presente en el Padre Viera, Gregório de Mattos, el nuevo cine y la tropicalia”, analiza Risério, escritor estudioso de la cultura baiana y la música brasileña.Salvador de hoy carece de la elaboración vanguardista de otros tiempos. La osadía fue sustituida por los millones de la llamada industria del axé. Vale lo mismo que Caetano dijo en “Sampa”: “es la fuerza del dinero la que erige y destruye las cosas bellas”. La pujanza de ese mercado se concretiza en una ciudad en que de los 2,3 millones habitantes sólo el 50% viven en casa dignas y el 42% disponen de saneamiento básico, según los datos de la propia Prefectura. Por otro lado, la Salvador de los turistas ganó en policías, iluminación y recolección diaria de residuos. El Dique de Tororó, antes cercado de matorrales, se transformó en la nueva postal. Cuando los estudiantes redescubrieron la ciudad que está siendo restaurada, los turistas enloquecieron.




MÃE STELLA DE OXÓSSI, líder política

Como en el Pelourinho siempre hay un pot-pourri de lo que se imagina que es Salvador –las baianas de bordados, las rondas de capoeira, los batuques-, los extranjeros se agarran a los locales, trenzan sus cabellos y fotografían hasta el humo del vatapá. Esto despierta la autoestima del pueblo. “Tenemos una belleza natural, un carácter fuerte de raza, de cultura, de religiosidad, de música y eso es la pauta”. Es contagiante, no hay dudas. La mancha de dendê, no sale, como canta Moraes Moreira. Pero ese óleo lubrica engranajes más sofisticados. Quémese la lengua en la pimienta y suéltese en el tiempo.El rey Don Juan III ni soñaba con la idea de Salvador como capital del Brasil. Su intención era construir una base se sustentación a la navegación al sur del ecuador que diera vía al comercio en la ruta al Oriente. La realidad de la limitación del dueño del trono, gente e ideas del Viejo Mundo desembarcaban en Salvador e iban diseñando el territorio. Los portugueses e indios que levantaron los predios comenzaron también a reproducirse. De allí la inversión del casal-símbolo de formación: Diogo Alvarez Correia, el portugués Caramurú, se casa con Catarina, la tupinambá de nombre lusitano. “La mujer portuguesa era algo rarísimo. Los colonizadores no venían con sus familias. Por tanto, esa mezcla fue más una imposición de la biología que de la sociología”, analiza Cid Teixeira.






BOHEMIA.- Juvená, anfitrión de la playa

Alma negra

Con el inicio del ciclo de la caña de azúcar, la ciudad pasa a ser un muelle de exportación y allí si se constituye como una capital comercial. “En los siglos XVI y XVII, Salvador ya era la mayor ciudad europea fuera de Europa”, recuerda Teixeira. Los cañeros trajeron el capital y la mano de obra esclava para Bahía. Las iglesias bañadas de oro, que hoy conmueven a las visitas y sustentan a los guías turísticos de Salvador, salían del bolsillo de los promisorios comerciantes y del sudor de los negros. Y es bueno que se diga que fueron varias naciones las que aportaron lo suyo en la región. Hasta el siglo XVII, el flujo era de negros bantú, de Angola y de Congo. Ellos fueron los que nos dejaron palabras como dendê, bunda, quiabo, samba, candomblé, macumba y umbanda. Sólo después, en el siglo XVIII, el tráfico se disloca para la bahía de Benin, marcando la influencia sudanesa, con los pueblos ewe-yorubá. Sería mucho atrevimiento mapear lo que esa inmigración forzada provocó en Bahía. Tener en la cabeza ese origen múltiple, con todo, es un camino para entender la complejidad de la formación de la ciudad más negra del país, que va más allá de los tambores del Olodum, del sincretismo religioso reflejado en el lavado de Oxalá en la iglesia del Bonfim y en el exuberante tabuleiro de la baiana. “Salvador se tornó un lugar mitificado. Claro que esa combinación hace de su cultura la más expresiva de las Américas, pero no siempre esa mezcla significa armonía. La mezcla no excluye el racismo”, alerta el antropólogo Jeferson Afonso Parcelar, director del Centro de Estudios Afro- Orientales.

La vocación mercantil definió como un rayo el destino de la capital bahiana, Hasta hoy día la ciudad vive del turismo, del comercio y de servicios. “A los 450 años, Salvador está marcada por la desigualdad social y por las altas tasas de desempleo”, afirmaba el Prefecto António Imbassahy. Después del reinado absoluto en casi todo el período del Brasil-Colonia, varios golpes avalaron la altivez de la ciudad como el declinar del azúcar y el surgimiento de oro y piedras de Minas Gerais. La transferencia de la capital para Río de Janeiro, en 1763, no sólo le sacó el título sino además le cerró las puertas al mundo. La corte juntó sus baúles y se fue, dejando la ciudad en un período autónomo, teniendo como acerbo el pasado y desenvolviendo así un proceso de civilismo particular. Salvador ni se afrancesó ni perdió a África de vista, como Río de Janeiro. “Ese proceso no fue ni mejor ni peor que el del resto del país, pero fue, definitivamente, otro”, define Cid Teixeira. Por “otro”, entiéndanse los símbolos de baianidad que resultaron de ese pasado y de ese calderón cultural. Entre ellos, el rótulo que más irrita a los bahianos es la fama de perezosos. Para intentar explicarla se puede remontar a lo que los señores llamaban indolencia de los esclavos y que Jean Paul Sartre marcó como “sabotaje” dado que ningún ser humano
soporta con alegría trabajar de sol a sol sin recompensa o reconocimiento. “A la lectura tradicional de que los negros no gustaban trabajar se sumó Oswald de Andrade que hablaba de “nuestra sabia pereza solar”. Eso es cultivado con más de un mito baiano que se contrapone a la prisa de los paulistas, analiza António Risério. Quien más catalizó esa imagen fue Dorival Caymmi tirado en la red, en la hamaca de dormir. Su música refleja un ritmo lento, con imágenes largas, derramadas, de quien está en la baranda mirando al mar; “Caymmi toma años para elaborar una canción y cuando queda lista, parece que siempre existió”, finaliza Risério.



Amado de los pobres

El concepto de baianidad también se expone magistralmente en la obra de Jorge Amado.
Quien llega a la ciudad con sus romances en la
maleta, reconoce todos los íconos que identifican la tierra de todos los santos, pero se debe tener sensibilidad antropológica para reahacer la imagen de los lugares por el mirar de los niños abandonados, de los negros, de las prostitutas, de los marineros, en fin, de los pobres, que al final, forman la verdadera alma de la región y enriquecen las páginas del escritor. Es preciso leer la ciudad también por las barbas blancas del cabañero Juvená, amigo de vaso de Vinicius de Moraes. En Itapoã, él es una especie de guardador de la historia reciente del pedazo. En su bar de paja y obras de arte, mucha gente famosa se olvidó de la vida. En los años 70, Juvená montó una barraca en pro de los tríos eléctricos. El lugar era tan animado que el último carnaval del escritor João Ubaldo Ribeiro fue allá, golpeando encima de la mesa. “Estoy siempre abierto a todos, desde que haya amistad”, dice Juvená. Salvador es así. Siempre hay más.El candomblé, por ejemplo, representa una de las mayores resistencias a la folclorización que tomó cuenta de la ciudad. Las ialorixás desprecian los grupos fantaseados de orixás que creen estar popularizando la religión. Abominan a los visitantes en los terreiros, con ojos de quien presencia una danza típica. “Nosotros conseguimos imponer la creencia traída por los esclavos, por el respeto humano que siempre guió nuestras acciones. Por eso hoy, blancos y negros, pobres y ricos, se unen aquí en busca de paz y equilibrio. Somos la tradición y lo nuevo”, dice María Stella de Azevedo Santos, la mãe Stella de Oxóssi, del Axé Opô Afonjá, la mayor líder de la religión hoy en Bahía. Ella tiene 60 años de iniciación, y por su larga trayectoria reconoce su papel político. Más allá de resguardar la cultura africana, el candomblé estableció en la sociedad baiana el poder de la mujer. Así, como los orixás de sexo masculino y del femenino dividen la jerarquía en los terreiros, las mujeres toman cuenta del espíritu cotidiano de la familia baiana. Es tan explícita esa alma femenina que los baianos se refieren a Salvador como la ciudad de la Bahía.A esa organización matriarcal de 450 años, mãe Stella hace su generoso homenaje. “Vamos a agradecer hasta el fin que tomaran a los pueblos de África y los trajeran para acá. Fue tétrico, pero se convirtió en un beneficio para el Nuevo Mundo. La fuerza de los Orixás quedó guardada en el corazón de las personas y hoy se expande como la energía que respiramos”.











AXÉ! - SARAVÁ! - OÓBA!

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