Tanto título se justifica tan solo para un tratado filosófico o, en su defecto, para la torpeza que nuestra cultura occidental ha demostrado durante años –décadas- en su intención de comprender, justificar y, asimilar o rechazar el natural y espontáneo fenómeno cómodamente mencionado como sincretismo, al menos, dentro del ámbito religioso que nos compete.
Muchos han sido los que, a través de tanto tiempo, intentaron diluirlo, desvanecerlo, con dosis de explicaciones razonables, pero, carentes del fundamento principal que no es precisamente religioso, ya que surge naturalmente de todo proceso social y cultural, para luego recién, pasar a formar parte de un conjunto de valores religiosos y filosóficos, pertenecientes a cada grupo humano que se desarrolla por medio de múltiples factores (económicos, culturales, étnicos, espirituales, etc.) todos ellos dependientes del entorno natural en que se manifiestan y actúan.
Como sincretismo en sí mismo, el concepto siempre ha de depender de la influencia recíproca de dos o más formas culturales en sus encuentros y desencuentros; en sus coincidencias y antagonismos.
Por ello, es de suponer que la aceptación de su existencia, va a depender más de lo utilitario dentro de la sociedad humana, que de los caprichos filosóficos o religiosos de quienes sean.
En esta nuestra América, con sus países, pueblos, y características peculiares y absolutas, la influencia va más allá del factor africano y/o religioso. Comienza quizás con la llegada del español, el italiano y el portugués a estas tierras, con su bagaje de tradiciones, costumbres, simpatías y empatías, que inmediatamente se encontraron de diversas maneras, con las respectivas cualidades del autóctono americano, diseminado a su vez también en varios sectores, desde el norte de América, pasando por
Por ello, es innegable que el primero en caer en el sincretismo fue el europeo, en una confusa intención de mantener utilitarias sus costumbres tradicionales, en un nuevo ambiente que sustentaba desde siglos las costumbres americanas, a manos de sus nativos.
Mucho más tarde, cuando aparece en pleno desarrollo en tráfico de esclavos desde África, es que se puede vislumbrar y apreciar el sincretismo que a su vez dichos africanos –por la misma razón y función que los anteriores- comenzaron a idear y aplicar en su vida social, ya insertos en el nuevo mundo.
El europeo llegaba con un equipaje multitudinario de costumbres cristianas impregnadas muchas de ellas por el arcaico paganismo autóctono de
Así -para muestra basta un botón-, podemos hacer mención de la vieja “simpatía” celtíbera que indicaba que, afeitándose el viernes de luna menguante coincidente con el equinoccio de invierno, el hombre se vería libre de las afecciones dentarias: no!, al “dolor de muelas”!; luego, habría que no afeitarse ningún viernes más en el resto del año, para recién repetir la idea al año siguiente, en la misma fecha y oportunidad.
Pues bien, con el correr de las ideas y el tiempo, en la medida que la cultura y los ritos cristianos se fueron adentrando y adueñándose de la sociedad humana, ese famoso viernes de luna menguante del equinoccio de invierno, se transformó cómoda y prácticamente, en el Viernes Santo, es decir, que dicha actitud mágica de los celtas, pasa a mezclarse (“sincretismo”) con
Y así llegó esa “simpatía” a América del Sur, como parte de la cultura tanto gallega como “tana” y lusitana, pero con la facultad de continuar siendo de características dinámicas y, por ello, no escatima recursos ni voluntad, para adherir en el Río de
En el recóncavo bahiano, pude ver algo similar, heredado de los arcaicos lusitanos colonizadores de esas tierras, con el carozo del cajá (fruto de la cajazeira), cumpliendo una función idéntica al del fruto del timbó.
Pero como si fuera poco, con el correr del tiempo (inexorable decantador de culturas!), en muchos ilé de candomblé, aparece la misma simpatía, anexada ahora y en ese caso a Oxalá, por el viernes, por Cristo, por el carozo de cajá americano, por los celtas y por la humanidad, y, llegado a ese grado, vemos al mismo hombre, desde su memoria ancestral múltiple, afeitándose un Viernes Santo, poniendo entre sus ropas un talismán de planta autóctona sudamericana, rezando a Oxalá, para no tener “dolor de muelas” en el transcurso del año… Sincretismo sumado a sincretismo, por razón múltiple de culturas, etnias y sociedades humanas, por sobre los dioses y las religiones…
Ergo, aquellas razones que con cabalidad han sido esgrimidas por quienes intentan desvirtuar y eludir el sentido de sincretismo dentro de la siempre fluctuante onda cultural venida desde África, si bien insisto, sus razones pueden resultar totalmente objetivas, la función social contradice al respecto esas posiciones, ya que es inevitable que el hombre reniegue subrepticiamente de las buenas costumbres adquiridas, surgidas ellas tanto de una cultura como de otras con las que se interrelaciona en su vida plena y cotidiana.
Stella de Azevedo, Mãe Stella, como ella misma gusta de hacerse llamar, por más que asume y reconoce profundamente su cargo, su jerarquía como Iyalorixá en el Ilé Axé d’Opô Afonjá (Salvador – Bahía), fue uno de los hitos que marcó en nuestra historia moderna, la intencionalidad de contrarrestar, neutralizar, y hacer desaparecer el sincretismo, hace unos veinte años, chocando contra el muro social de los propios adeptos a su Candomblé, que al notar el retiro de las imágenes cristianas de los altares candomblecistas, se sentían incómodos, carentes de una parte fundamental de sus principios heredados de generación en generación, dentro de un culto religioso autóctono del nordeste brasileño y, por tanto, impregnado de innúmeros valores aportados por las diversas culturas que lo conforman.
Está bien, hasta donde dice
Tanto así, que luego de haber intentado prescindir de los elementos cristianos en el altar, al cabo de cinco años debió reponerlos, devolverlos a su lugar, para reacondicionar la sensación de desajuste provocada en la animosidad y subjetividad de los fieles…
La otra opción, la siguiente, fue mucho más efectiva y práctica: a partir de ese momento, ideó la posibilidad de establecer una escuela de enseñanza primaria, ubicada dentro del perímetro del amplio candomblé del Afonjá, en la que además de la educación laica y gratuita emitida a sus alumnos de ascendencia africana, se implantó la enseñanza de la lengua yorubá, para así ir retornando paulatinamente de manera práctica, a la cultura africana, sin zaherir los valores intrínsecos que dichos descendientes habían ido heredando desde sus generaciones predecesoras.
Mi propio Babalorixá, cuando se sentía exaltado emocionalmente, soltaba desde su ser interior, toda la monserga ijexá, con “puntos y comas”, tanto en lo dialéctico como en lo retórico, dada su ascendencia africana, pero sin olvidar, sin dejar de lado, jamás, su cualidad brasileña, dígase: sudamericana.-
El mismo Cristo, a pesar de sus detractores pacatos -muchos de ellos aparentemente emancipados de un Batuque también de origen brasileño-, menciona la virtud de saber convivir una cultura con otra, cuando menciona: “Dad al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”...
Es decir, que una vez que determinados valores y cualidades de las culturas mancomunadas pasan a formar parte de la cultura popular y general, demostrando además su utilidad práctica, puedan ser rechazados abruptamente, por medio de intenciones perfeccionistas que nunca tuvieron razón de ser. Sólo la misma evolución social lo hará permisible, de manera natural y espontánea, a través del tiempo y los cambios valorados, de acuerdo a las necesidades de la sociedad humana que sea.-